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Algo sobre mí

Algo sobre mí

Empleado de banca jubilado, amante de la música y la literatura, la naturaleza y las humanidades. Nacido en Guadalajara y conocedor ferviente de la provincia. Actualmente con residencia en Madrid, después de un largo peregrinar por diversas ciudades en razón a mi profesión; que ahora con ilusión trato de vivir esta nueva aventura, pues siempre he creído que la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida.

22 octubre 2013

PASTRANA



El viajero que tiempo atrás había visitado Sigüenza, y  quedado encantado de cuanto había visto, ahora estaba dispuesto a conocer otra villa más de la provincia de Guadalajara. Tenía cierto entusiasmo por descubrir otros lugares de la que se consideraba hasta no hace mucho tiempo, con cierto equívoco,  la eterna desconocida, como así dijera nuestro ilustre Premio Nobel Camilo José Cela, que con mucho acierto resaltó el encanto de esta tierra y de sus gentes en su famoso libro “Viaje a la Alcarria”.

Después de haberse informado sobre la admirable villa ducal de Pastrana, cabecera de la Alcarria baja, que ahora pretendía visitar, sentía mucha curiosidad por su esplendoroso pasado y por los  personajes que  pasearon por sus calles medievales dejando marcada una huella perdurable, que se deja sentir hasta ahora engarzada en su larga historia. Pero especial atención sentía por dos figuras relevantes en la historia de la ilustre villa: dos mujeres extraordinarias que revolucionaron una época trascendental del siglo XVI, durante el reinado de Felipe II. Destacando sobre otros personajes muy dignos de recordar, que la enriquecieron a través de los siglos.
 


El viajero sabía que hablar de la comarca de la Alcarria no era hablar solo de miel, producto ideal de su riqueza floral con especies autóctonas, especialmente plantas aromáticas: romero, espliego, jara, tomillo, etc., que nacen en suelos de naturaleza caliza y clima mediterráneo y que embelesan  nuestros sentidos. Es también conocer sus paisajes, su arquitectura popular, sus aguas que descansan en los remansos de sus ríos, y de los embalses que la humedecen así como de la frondosidad de sus bosques. También de los bellos monumentos que se extienden por sus villas. Observar las huellas que dejaron sus antiguos pobladores: yacimientos ibéricos, vetustas iglesias, castillos y palacios. Y por supuesto de su hospedaje, buena comida y gran número de productos naturales. Todo ello se brinda al viajero en general al descubrir paisajes de belleza singular y conocer el rico patrimonio natural de la provincia de Guadalajara.

El viajero tardó algo más de una hora en recorrer los cerca de cien kilómetros entre Madrid y Pastrana, conduciendo un pequeño utilitario y lamentando que no hubiera ferrocarril, al recordar  lo agradable de ese medio de comunicación en su viaje a Sigüenza. Le habían recomendado que el trayecto lo hiciera por la A-2 o R-2 hasta Guadalajara, distante 56 kilómetros; tomando después la N-320 dirección Cuenca, conocida también como “ruta de los pantanos” (Entrepeñas, Buendía y Bolarque), hasta la salida 239 señalizada a Pastrana por la CM-200, pasando por el pueblo de Fuentelaencina.

Se adentró en la villa al atardecer de un agradable día de primavera, preguntando a un joven nativo por la pensión donde había concertado estancia para dos noches. Aquél joven pastranero que se hacía llamar Tino, de  edad cercana a la veintena, y  que parecía serio, formal y de buenos modales, se ofreció acompañarle en el coche hasta el lugar de su destino, pues por la curiosidad que sintió por el forastero no dudó en ponerse a su disposición para cuanto hubiera menester de informarle sobre su pueblo. Poco tiempo después de haber tomado posesión de su habitación y desprovisto de su bolsa de viaje, nuestro viajero ya estaba dispuesto a visitar los alrededores, y con su amable e improvisado guía encaminaron sus pasos hacia la Plaza del Dean, donde está situado el Convento de San Francisco a extramuros de la villa, gran edificio monasterial fundado a mediados del siglo XV por la Orden Franciscana. Actualmente sus dependencias albergan un restaurante y otros servicios sociales.
                       

Estaban cerca de la casa de uno de los personajes por el que el viajero sentía especial admiración por su obra: Leandro Fernández de Moratín, autor de famosas obras teatrales.

Tino pronto se apresuró a informar a nuestro viajero que aquél sólido edificio, situado en el Barrio del Albaicín, fue la casa del autor literario, y por su nombre todavía se la conoce. Actualmente está ocupada por una congregación religiosa. Lo heredó de la abuela paterna del citado personaje. Tino amplió su información, dándole a entender sus conocimientos de las cosas de su pueblo, entendiendo que no conocía la historia: “Por si lo desconoce, don Leandro pasó mucha penuria económica en su juventud, lo que le obligó a no pocas renuncias y sacrificios.  Cuentan muchas historias, y una en particular de carácter sentimental, que su lamentable situación de pobreza le alejaría de su principal amor de juventud, que años después sería la musa de su más célebre obra teatral “El sí de la niñas”. Después continuó: “En esta casa se retiró en diversas ocasiones buscando el  sosiego y la paz que tanto deseaba conforme su carácter introvertido y solitario, así como la inspiración para escribir sus mejores obras.

Finalizaba la tarde y Tino  aconsejó al viajero  adentrarse en la gran plaza cuadrada llamada de la Hora, las más importante de la villa ducal.  Desde la balconada extendida sobre  uno de sus cuatro largos laterales abierto hacia el sur, con un mirador excelente sobre las vegas del río Arles, admiraron el bello atardecer de un sol de rayos decadentes, que empezaba a ocultarse con sus últimos resplandores entre nubes azules y anaranjadas, ofreciendo un bello espectáculo cromático de siluetas de calles apretujadas y empinadas  que descendían como una cascada de antiguas casas e históricas casonas hasta los huertos de la vega; la monumental esbeltez de la Iglesia Colegiata, y también en la lejanía observaban las montañas que circundan la villa.
 

El improvisado compañero de nuestro viajero sugirió: “Si le parece, mañana podía acompañarle a visitar el histórico convento y otros monumentos,  que estimo merecedores de ser conocidos por las gentes que visitan mi pueblo. Especialmente el Palacio Ducal que tenemos a nuestras espaldas, quizás el más emblemático, pues representa una época de gran esplendor de Pastrana,  porque en su propio feudo estuvo encerrada por orden del rey Felipe II, y pasó los últimos días de su vida la enigmática e intrigante Doña Ana de Mendoza y de la Cerda, Princesa de Eboli, nacida en la  villa alcarreña de Cifuentes”

Añadió Tino: “Y ahora si me permite invitarle a unas cervezas sentémonos en una mesa que hay en el exterior de aquél cercano bar, hasta la hora en que decida ir cenar a su pensión; y si me permite, le contaré algo resumido de la larga historia de este lugar, pues ya los romanos, durante la conquista de la Península en el año 180 antes de Cristo, llamaron Paternina a lo que debió ser un pequeño caserío, que ahora conocemos como Pastrana. En el siglo XII el rey Alfonso VIII de Castilla concedió la que entonces era una aldea, junto con Zorita de los Canes, a la Orden de Calatrava. Y en el 1369, el rey Enrique II de Castilla le otorgó el privilegio de villa.”

“Mucho después, según cuentan los historiadores, el rey Carlos I en 1541 vende a Doña Ana de la Cerda, condesa de Mélito, la Villa de Pastrana, siendo viuda de Don Diego Hurtado de Mendoza. Dicha señora construye el citado Palacio Ducal, y posteriormente sus hijos lo venden a Ruy Gómez de Silva, consejero, valido y secretario personal del rey Felipe II y a su esposa la referida Princesa de Eboli, famosa tuerta nieta de Doña Ana de la Cerda, obteniendo posteriormente del Rey el título de Duques de Pastrana. Fueron creadores de importantes obras, y  aquella época fue de gran esplendor para mi pueblo”.

“Y ahora ya va siendo hora de descansar,  en mi casa deben estar esperándome, y usted tendrá que reponer fuerzas para continuar mañana con las visitas, conforme he observado por las anotaciones que me ha mostrado en su agenda. Así es que si le parece nos vemos sobre las diez a tomar un cafetito con churros, pues en este bar los hacen riquísimos”

Ya cercanas las tinieblas de la noche pastranera, con un cielo pleno de visibilidad estelar, el viajero pensó que lo más sensato era encaminar sus pasos a la pensión, cenar ligero  refrigerio y descansar para aprovechar al máximo las muchas posibilidades turísticas que le brindaba la villa ducal, aceptando la compañía que para el día siguiente le brindaba su improvisado guía.

Según lo habían acordado la noche anterior y después del desayuno, iniciaron el recorrido proyectado por el viajero. Al pasar por la Plaza de la Hora, por el arco de San Francisco, cerca de la fachada del Palacio Ducal, señalando  al balcón enrejado que destaca sobre la fachada, Tino dijo al viajero: “Cuentan que la Princesa asomándose por aquél balcón tenía una hora diaria para su contacto visual con el mundo. De ahí el nombre que se puso a esta plaza. Aunque la historia o leyenda también cuenta que, no obstante su confinamiento por orden real, la princesa tuvo varias salidas y contactos personales”.
 

El viajero mirando con ensueño y curiosidad la fachada del palacio y su histórico balcón enrejado, que guardó prisionera a la Princesa  se imaginaba a la enigmática, intrigante e inteligente dama al otro lado del tabique, con su belleza singular a pesar de estar tuerta, viviendo los últimos días de su vida, ella que tanto poder e influencia tuvo en la corte del Rey Felipe II, pero que con sus intrigas consiguió también sus desgracias.

Nuestros personajes pasan al interior del palacio, actualmente propiedad de la Universidad de Alcalá de Henares, que realizó las obras de restauración y acondicionamiento para celebrar eventos culturales, y poder ser visitado por el público en general.  Hasta hace no muchos años apenas se conservaba en buen estado la fachada de estilo renacentista, a pesar de tratarse de un monumento nacional, dentro del conjunto histórico artístico que fue declarada la villa de Pastrana en el año 1968.

No obstante en su interior se observan  extraordinarios artesonados diseñados por Alonso de Covarrubias, y otras estancias dignas de ser visitadas, especialmente la que ocupó la Princesa durante su cautiverio.
 

Después de esta visita enfilaron sus pasos hacia la calle Mayor, pasando por un antiguo arco hasta llegar a un cruce desde donde divisaron la famosa fuente de los Cuatro Caños, en la plaza  del mismo nombre, gran fuente señorial del siglo XVI, destacando en sus cuatro laterales los mascarones en relieve sobre los que salen los cuatro caños.

Siguieron por la calle anterior hasta llegar  a la Iglesia Colegiata, que extiende hacia  el cielo la belleza de su monumental construcción, la más  relevante de la villa. Se pararon frente a la fachada y pronto Tino se dispuso a tomar la palabra con gesto emocionado, orgulloso de mostrar algo muy importante de su pueblo: “Ahora puede observar la joya más impresionante de Pastrana. Fue originariamente levantada en estilo románico alrededor del siglo XIII como iglesia parroquial de la Villa Calatrava, y ha sido reconstruida y ampliada en siglos posteriores, especialmente en el  XVI por los primeros Duques de Pastrana, como ya le comenté ayer, época de mucho esplendor en la que se realizaron las grandes obras que ahora podemos admirar”.
 

“Alberga en su interior un magnífico museo, muy denso en contenido, destacando la colección de tapices góticos de Alfonso V de Portugal; la Capilla del Santísimo y las Reliquias, Baptisterio, Coro y notable Órgano; numerosos altares y capillas con retablos barrocos y excelentes cuadros de ilustres virtuosos e infinidad de otras riquezas artísticas. Más tarde los Duques completaron su obra elevando la iglesia parroquial a Colegiata, dotándola de un Cabildo de 48 canónigos, que superaba en número a todas las catedrales de España excepto la Catedral Primada de Toledo”.

“Posteriormente, a principios del siglo XVII, el hijo séptimo de los diez que tuvieron los Duques, Fernando de Silva y Mendoza, Obispo de la ciudad mitrada de Sigüenza, quien cambió su nombre por el de su legendario tatarabuelo Cardenal Pedro González de Mendoza, actuando en Pastrana como un genuino mecenas y protector, continuó con el proceso de reformas y engrandecimiento de la Iglesia Colegiata, construyendo el admirable monumento funerario  para sus padres que ahora podrá contemplar”.

Pasaron al interior y se entretuvieron más de lo que había pensado el viajero al tener tanto oficio por ver, sintiendo mucho gozo por cuanto encerraba aquél divino lugar, admirando cuanto tesoro artístico se exponía a la contemplación humana; y ya avanzada la mañana, sintiendo la llamada del estómago, que es muy humano dar satisfacción al cuerpo, además de las atenciones culturales, convino pasar a un restaurante cercano para reponer fuerzas con la rica gastronomía de la villa, degustando como postre los famosos bizcochos borrachos de la tierra, y después continuar por la tarde con otras visitas, invitando a Tino a que le acompañara, el cual aceptó con sumo agrado,  llamando por su móvil a su familia para que no le esperaran en el almuerzo.

Tino sugirió al viajero dar un largo paseo para ayudar a la digestión de la exquisita comida degustada, diciendo: “Ahora pasearemos por las sinuosas, estrechas y silenciosas calles del casco viejo, que recuerdan a todo visitante evocadores recuerdos medievales, especialmente por la calle de la Palma, donde está situado un viejo caserón que albergó en su día la sinagoga judía, y lo certifica por los detalles ornamentales que se contemplan en la fachada, con señales evidentes de estilo mudéjar y donde aparece la estrella de David de origen judío. Asimismo puede ver la casa del Caballero de la Orden de Calatrava, a la cual perteneció desde 1174 en tiempos de Alfonso VIII,  la entonces aldea de Pastrana; y muy significativamente la Casa de la Inquisición, situada en la referida calle de la Palma, que lleva este nombre por tener su primera casa el escudo de armas en el que se observa una palma, una cruz y una espada, simbolismo que representa haber sido la sede del Santo Oficio de la Inquisición, de no buen recuerdo para mi pueblo, por la referencia de su tenebrosa historia.  Por su importancia histórica es interesante conocer el Colegio de San Buenaventura, construido en el 1628 por orden del Arzobispo Pedro González de Mendoza, personaje que ya comenté anteriormente, hijo de los Duques de Pastrana, para albergar a los niños cantores de la Iglesia Colegiata”.

Continuó Tino: “Ahora si le parece andaremos cuesta abajo a través de intrincadas y estrechas calles, todas ellas rodeadas de un encanto especial que embelesan ante el hechizo de los medievales escenarios que debieron vivir los personajes ilustres que pasearon por ellas, además de los ya comentados, el pastranero Juan Bautista Maíno, discípulo de El Greco y maestro de pintura del Rey Felipe IV, y los poetas del Siglo de Oro Manuel de León Marchante y Diego de Silva y Mendoza,  recordando un rico esplendor de su historia. Rincones evocadores de leyendas y mitos escondidos entre sus piedras. Y al final llegaremos hasta  la Plaza de Abajo y siguiendo por la calle de las Monjas llegaremos al Convento de San José, construido por orden de los ya mencionados Duques  y fundado para su Orden  por Santa Teresa de Jesús, actualmente habitado por monjas franciscanas concepcionistas”.
 

Tino siguió con su narración: “En 1569 llamaron los Duques a Santa Teresa de Jesús con el fin de fundar un convento de Carmelitas Descalzas  llamado de San José, para mujeres, y otro  de San Pedro (actualmente del Carmen) para hombres, situado en la vega  a unos dos kilómetros de aquí. En aquél año se encontraron e hicieron historia las dos extraordinarias mujeres que mencioné, que más bien fueron desencuentros, pues sus contrapuestas personalidades no encontraron alivio en sus espíritus. En sus Fundaciones Santa Teresa escribió sus incomodidades con la Princesa”.

Añadió: “Los desencuentros continuarían largo tiempo, acrecentándose cuando al morir el Duque en 1573, la Duquesa ingresa en el Convento de San José, incumpliendo reiteradamente la regla Carmelitana. Llegando a conocimiento del Rey Felipe II, éste ordena su salida del Convento para ocuparse de su familia y patrimonio. En la Villa y Corte continua con una vida inquietante de intrigas con el secretario del Rey Don Antonio Pérez  y es acusada de conspiración contra la monarquía y por sus posibles amoríos en la Corte. Por todo ello es encerrada en el Torreón de Pinto, después en el castillo de Santorcaz y definitivamente en su Palacio de esta villa, de donde no saldría hasta su muerte en 1592, tras once años de cautiverio. Sus restos se conservan, junto con los de su esposo y familia, en la citada cripta de la Iglesia Colegiata”.

Contestó nuestro viajero: “Interesante historia la de esta buena señora, por llamarla de alguna forma, que todo ello no menoscaba el importante legado que ha dejado a esta bonita villa, aunque su vida esté preñada de nubarrones.

Parados ante la fachada del monasterio y no pudiendo pasar a visitarlo, el viajero sentía  curiosidad, imaginando cuanto debió de suceder detrás de aquellas recias paredes, especialmente en los encuentros entre aquellas dos extraordinarias damas, tan distintas de carácter y de fuerte temperamento.

La Princesa insaciable por el poder de su hacienda, que dueña era de la villa y sabedora de la pleitesía que le rendían sus lacayos, imponiéndose una falsa religiosidad por la muerte de su esposo, terminó no aceptando imposición alguna, no obstante los hábitos y promesas que en aquél lugar debía prevalecer. Cuentan que Santa Teresa  transmitió a su “hermana” de convento, la frase bíblica: “Que no se podía servir a Dios y al dinero, y que ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso al segundo”.  Así es que pasado unos meses ocurrió lo que tuvo que pasar, pues la Princesa no cedía en la deriva a su inclinación por las cosas mundanas. 

Tino observando el ensimismamiento de su acompañante e imaginando que desearía conocer algo más sobre la historia de las dos damas coincidentes en aquél histórico convento, le contó lo siguiente: “A la muerte del esposo de la Princesa en Julio de 1573, ella tenía 33 años de edad, 24 menos que su consorte. En principio sufre momentos de aflicción por el triste acontecimiento  y con improvisada vocación entra al convento vistiendo hábito de monja del que sale en enero de 1574, pues parece ser que no estaba conforme con el encierro, y especialmente por la presión del Rey. Además  la priora no podía darle las libertades que la nueva hermana quería, por lo que muy disgustada dejó los hábitos, con mucho enojo hacia las demás internas y priora, pero especialmente contra la fundadora Santa Teresa. Ésta a la vista de la desagradable situación, procuró cuanto pudo para que se quitase de Pastrana el monasterio, lo que así se hizo fundando otro en Segovia en Marzo de 1574, donde pasaron las monjas que aquí había, ordenando dejar todo cuanto habían recibido de la Princesa”.


“Ahora si le parece, podíamos darnos un largo paseo de aproximadamente dos kilómetros  hasta la vega donde está situado el Convento de San Pedro, actualmente llamado del Carmen, fundado también por Santa Teresa en la misma época, para frailes carmelitas descalzos, con la ayuda de San Juan de la Cruz, donde este Santo residió una temporada y fue maestro de novicios. También existe un museo de recuerdos teresianos y de historia natural”

El viajero aceptó sin más, pues en su agenda lo tenía planificado.

Próximos al histórico edificio, Tino manifestó: “Ahora puede observar el magnífico conjunto arquitectónico barroco de tipología carmelitana situado, como puede comprobar, en un entorno natural de la vega del río Arles que presta un hermoso paisaje;  en el interior del convento puede ver numerosas e importantes obras pictóricas de ilustres maestros, y esculturas de arte sacro. También acoge un museo de recuerdos de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz durante su estancia en mi pueblo, destacando varios óleos que narran la llegada de Santa Teresa en 1569 y la fundación de los dos conventos”.

Estaba la tarde en su ocaso y tenues rayos de sol color bermellón asomaban por las cercanas montañas que circundaban el lugar, por lo que nuestros personajes pensaron que era hora de desandar lo andado hasta llegar allí, pues tenían una media hora para llegar al centro de la villa. El viajero pensó que su viaje, con esta última visita, había llegado al final.  No obstante tenía proyectado de regreso a Madrid, en la mañana siguiente, desviarse unos kilómetros hasta el pueblo de Zorita de los Canes, para visitar el castillo y el Parque Arqueológico de la ciudad visigoda de Recópolis, situada en el margen izquierdo del río Tajo.

Llegando a la plaza de la Hora se detuvieron en un bar para tomar un refresco y el viajero, tomando la palabra, agradeció a su improvisado guía cuantas atenciones había tenido con él en los dos días de estancia en aquella bonita villa. Tino le contestó de esta manera: “El agradecimiento es mío y mucho, pues su presencia y acompañamiento me ha servido para realizar prácticas con vistas al examen extraordinario que debo realizar el próximo mes de junio en el Campus de Guadalajara, dependiente de la universidad de Alcalá de Henares, en el que estoy estudiando Grado en Turismo, y en el verano realizo cursos en mi pueblo, ya que mi ilusión es quedarme por aquí como guía turístico”.

El viajero contestó con cierta sorpresa: “¡Ahora me explico tu solícito acompañamiento y aventajados conocimientos de la historia de tu pueblo! Pero con mucho agrado te animo para que no cejes en tu empeño de conseguir tus sueños, trabajando con ilusión y tenacidad, pues en algún lugar o momento la gloria espera invisible a toda persona que la persigue”

Y se despidieron con un fuerte abrazo bajo el fulgor plateado de una luna llena primaveral.

Octubre de 2013

Eugenio