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Algo sobre mí

Algo sobre mí

Empleado de banca jubilado, amante de la música y la literatura, la naturaleza y las humanidades. Nacido en Guadalajara y conocedor ferviente de la provincia. Actualmente con residencia en Madrid, después de un largo peregrinar por diversas ciudades en razón a mi profesión; que ahora con ilusión trato de vivir esta nueva aventura, pues siempre he creído que la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida.

30 abril 2014

EL FARERO


A mi yerno Luis Miguel, amante de la mar  y de los faros del mundo y goza de notable arraigo marinero.

 

Pedro esperaba impaciente en la orilla del río Tajo la llegada de su amigo Flavio. Habían quedado frente a los restos de Recópolis, antigua ciudad del reino visigodo de Toledo, importante capital de la provincia Celtiberia, la que fue mandada construir por Leovigildo en honor de su hijo Recaredo en el 578, cerca de  la actual población de Zorita de los Canes.

Tenía el temor de que alguna mirada indiscreta le podía estar observando  desde la citada villa, pero se consolaba pensando seria improbable por la avanzada hora de la noche. Miraba intranquilo su reloj de bolsillo. Faltaban unos minutos para la una de la madrugada.

Flavio apareció a lo lejos entre las sombras de la noche. Poco más de una hora había tardado en recorrer los casi diez kilómetros que distaba desde su residencia en la Villa Ducal hasta donde le esperaba su amigo. Empujaba con dificultad una vieja bicicleta, por intransitables atajos evitando circular por carreteras para no ser visto, por lo que casi todo el trayecto tuvo que marchar andando. Había acondicionado la bicicleta para el equipaje que llevaba: una maleta de madera y una bolsa con comida para el viaje que había proyectado. Tan solo lo imprescindible por la urgencia de su marcha y por evitar excesivo peso.

En esos momentos pasaba a los pies de los restos del histórico Castillo de Calatrava que aparecía durmiente de su pasado histórico, que fue testigo de episodios transcendentales de la historia de la España visigoda.

Flavio ya sentía el frescor de las aguas del río Tajo. En ellas se reflejaba el brillo de una luna  plateada y se observaba que bajaban serenas, por lo que les resultaría más fácil navegar por ellas. Por ese río que han forjado su historia los gancheros, hombres rudos y valientes que desde hace tiempo dirigen río abajo, hasta Aranjuez, miles de troncos de pinos procedentes de los bosques de la comarca de Molina de Aragón, en la provincia de Guadalajara. El gran escritor José Luis Sampedro, los inmortalizó en su famoso libro “El río que nos lleva”, posteriormente llevado al cine.

Los dos amigos se alegraron al encontrarse en el lugar previsto. De momento todo se iba desarrollando sin contratiempos. Intuyeron que nadie les había visto y pronto se aprestaron a sacar una barca que tenían oculta entre unos juncales. Se trataba de una pequeña embarcación con motor de dos tiempos que utilizaba Pedro para pescar y cruzar el río hasta la otra orilla, donde cultivaba hortalizas en pequeñas parcelas, que después vendía en el mercadillo de la Villa Ducal.

Flavio a sus 25 años estaba atribulado y triste por cuanto dejaba atrás: su novia con la que pensaba casarse para el otoño, las propiedades de sus padres que le habían expropiado, incluso los dos pares de mulas, y carros que utilizaban en las labores de labranza de sus tierras, conforme al arbitrario reparto de la riqueza por parte de personas reaccionarias; y especialmente estaba triste tener que abandonar la tierra en la que había nacido, aquella bonita villa de la Baja Alcarria, tan hermosa y con gran legado histórico, ahora ensombrecida por los acontecimientos que se estaban viviendo allí y en todos los rincones del País.

Dejaba atrás a sus amigos, con los que había compartido momentos felices. Sentía la impotencia de tener que salir huyendo de su amada tierra, forzado por las circunstancias que se venían desarrollando, con la evidencia de peligrar su integridad física.  

Pedro le distrajo de sus perdidos pensamientos: -Vamos Flavio, no perdamos tiempo, que el río nos espera y hasta llegar a Aranjuez nos queda mucho que remar, sobretodo mientras estemos cerca de las zonas habitadas, que después río abajo el motorcillo fuera borda aliviará nuestro esfuerzo, así es que habrá que simultanear remos y motor, según las circunstancias, evitando hacer el menor ruido para no ser apercibidos y levantar sospechas.

Después de haber dejado atrás Algarga, último pueblo de la provincia de Guadalajara, entraron sin novedades en la de Madrid. Después pasarían bordeando los pueblos de Villamanrique y Fuentidueña.

Estaba amaneciendo cuando observaron en lo alto de un cerro el Castillo de Oreja, y poco después las luces de las primeras casas  de Aranjuez. Orillaron la barca donde pudieron saltar a tierra firme. Se despidieron con mucha tristeza y con las dudas de ambos si volverían a verse alguna vez.

Pedro regresaría río arriba. Había llevado pertrechos para la pesca, para poder justificar el improvisado paseo en barca.

Flavio tomaría el próximo tren que saliera para Madrid, donde un pariente le estaría esperando en la estación de Atocha para trasladarle hasta su casa, donde tenía ocultos a sus padres.

No se quedaría mucho tiempo en la capital, pues tenía trazado un plan intentando asegurar su futuro y el de su novia, quien se  había quedado en su villa natal pendiente de encontrarse próximamente con él. Los acontecimientos habían adelantado cuanto tenían proyectado.

Ahora en la primavera de 1936 recordaba Flavio los cambios que se estaban desarrollando desde que en Abril de l931 hubo en el país un nuevo orden constitucional que cambió la vida de muchos españoles. Lo que había despertado tantas expectativas terminó tirando todo su crédito por la borda, creando desilusión en la mayoría de los ciudadanos al permitirse que fuerzas reaccionarias actuaran a su libre albedrío, fruto de una degeneración moral y de los principios en general, con el resultado de un trágico final.

Flavio se encontraba impotente ante las injusticias que se venían cometiendo, y más cuando éstas eran permitidas por las instituciones que debían velar precisamente porque las leyes se cumpliesen.

Como casi siempre ocurre en el devenir de los tiempos, para unos los cambios les son favorables, pero otros como  Flavio y su familia, sufrieron un calvario de sinsabores, y el azote perverso de las amenazas y el odio, provocando al final la huida para buscar la seguridad de sus vidas. Todo ello por el hecho de pertenecer a una familia de clase media y estar cercanos a la iglesia. Por por su mediación aportaban con frecuencia ayuda a los más necesitados de su villa.

Hacía unos meses que los padres de Flavio decidieron trasladarse a Madrid a casa de unos familiares, asustados por los acontecimientos, dejando al hijo al cuidado de las propiedades de la familia, especialmente por la labranza de las tierras aunque finalmente todo quedó abandonado.

A Flavio la situación le adelantó la salida de su villa, pues ya tenía proyectado un cambio de su futuro por tierras asturianas.

Desde el invierno de l934  estaba en contacto con Patricio, un amigo de la infancia que tenía cierto poder en la zona portuaria de Gijón, concretamente en los temas concernientes a la organización y designación del personal destinado a torreros en los faros que señalan la costa cantábrica. Y fue por aquel amigo, cuando regresaba por vacaciones a la villa natal de ambos para ver a la familia,  se ilusionó por conocer los encantos de aquella tierra, de la que contaba bellezas naturales difíciles de imaginar. Paisajes montañosos que describía con cierto encantamiento, y costas agrestes labradas por un océano bravío en el que escribían la historia con valentía y arrojo tenaces marineros y curtidos pescadores en su dura lucha por obtener de las entrañas de la mar el sustento de sus familias.

Hacía tiempo que Flavio había manifestado a su amigo  la inquietud de salir de la villa que les vio nacer, y éste, en el pasado verano, le había informado de la posibilidad de obtener la titulación de torrero en un faro cuyo titular estaba próximo a su jubilación. Por correo le había enviado documentación y preparado  estaba para desempeñar tan romántico oficio.

Desde pequeño había soñado por conocer la mar y ahora vivía con mucha ilusión, no obstante las dificultades, la posibilidad de alejarse de aquella pesadumbre y dar un nuevo giro a su vida junto a su novia.

Después del encuentro con sus padres, al poco tiempo partió hacia el norte con la esperanza de conseguir el puesto de torrero titular del faro que su amigo le estaba gestionando.

Flavio había leído varios libros sobre faros y no ignoraba que el faro como el mar es como un refugio para hombres libres. Que el torrero de faro debía ser persona muy responsable y de dedicación plena, para mantenerlos en perfecto funcionamiento, porque en sus manos y conciencia está salvar las vidas de marineros y lograr que los navíos que surcan los mares del mundo lleguen a su destino con plena seguridad.

Que el faro necesita muchos cuidados: como vigilar que el petróleo llegue en su debida proporción a la lámpara, regular el tiro  y cambiar mechas, entre otras funciones, pues su amigo le había informado de las características del faro en el que podría trabajar, era un faro singular, situado en agreste promontorio al final de un cabo, aislado de tierra firme cuando subían  las mareas.

Para no desanimar a Flavio, su amigo no le había contado toda la historia hasta llegar a Asturias y fueron a ver el lugar que sería su destino si finalmente lo aceptaba, pues se trataba de un faro de tercera o cuarta categoría que todavía no se había modernizado por dificultades económicas, y también porque no había personas adecuadas que estuvieran dispuestas a aceptar tan sacrificada empresa, por lo que  Patricio tenía dudas de que su amigo fuera capaz de superar aquella prueba.

Aquel faro, construido en piedra sobre un montículo rocoso, de forma circular , se alzaba 40 metros sobre el nivel del mar y a l5 metros sobre el terreno. Inaugurado a finales del siglo pasado, había sufrido muchos temporales y  trágicas galernas, pues dos torreros desaparecieron abatidos por las olas, que llegaron en ocasiones a superar la altura de la isla y azotar la torre del faro, y asimismo consta en el Libro Registro de Operaciones el naufragio de algunas naves que no pudieron evitar zozobrar contra las rocas de la isla.

Y llegó el primer día de su nuevo trabajo, que había aceptado con gran entusiasmo, pero también con no menos temores de poder sobrellevar la soledad en aquel apartado e inhóspito lugar, con la sola compañía de un cachorro de perro Husky Siberiano, que le había regalado días atrás su amigo Patricio para que le hiciera compañía. Le había puesto de nombre Luna, por haber observado la noche anterior la plenitud  de una luna llena que iluminaba un firmamento   limpio de nubes y pleno de estrellas. La que tiene tanta fuerza de atracción, junto con el sol e influencia en las mareas de los mares y océanos del mundo.

También le había regalado Patricio una radio de galena, para aliviar la soledad de su amigo con ese sencillo y nuevo aparato, que le permitiría estar comunicado con el mundo exterior. Creo que muchos recordarán se trata de un receptor de ondas de frecuencia media y corta que funciona sin pilas y sin electricidad. Se alimenta de las mismas ondas que recibe, sirviendo para sintonizar diversas emisoras.

Durante los primeros meses de su estancia en el faro estaba hechizado por la compañía que suponía tener noticias a través de tan sencillo aparato. Era un aliciente para Flavio y sentía mucha ilusión poder conectarse por las noches con aquel artilugio electrónico, que le procuraba un cierto alivio en los momentos de dura soledad, una vez atendidas sus obligaciones como torrero.

Terminó de despedirse de su antecesor, y tras haber recibido consejos e instrucciones sobre la situación del faro, se instaló con los pocos bienes que traía. Ya solo, en lo alto del faro, algo sofocado por la subida de los casi cien escalones, acompañado por Luna, quedó embelesado por la belleza que contemplaba desde aquella formidable atalaya, que complacía a sus ojos y transmitía una dulce quietud en su alma.

El silencio lo invadía todo, solo alterado por el rugir de las olas al chocar con las rocas sobre las que estaban construidas las instalaciones del faro. Dirigiéndose a Luna, como único interlocutor que allí tendría desde aquellos momentos dijo con voz serena: -Luna, echa un vistazo al sol que se va ocultando por poniente y a la luna que ya empieza a  iluminar la noche y las estrellas que se avistan tibiamente en el firmamento; y admira también la inmensidad de la mar y del ritmo de las olas, y te quedarás sorprendido de la grandeza de la Creación-

Don Felipe le había enseñado a amar el firmamento. Don Felipe el sabio, como así le llamaban en el Instituto de Enseñanza Media Brianda de Mendoza de la capital de Guadalajara, donde Flavio estudió el bachillerato. Allí Le habían enviado sus padres al cuidado de unos familiares. Aquel profesor le transmitió las inquietudes sobre las esferas celestes. Era gran admirador de Galileo y de Copérnico, especialmente de este último, gran astrónomo del renacimiento, nacido en Polonia en el siglo XV. Conocía como nadie en su época los misterios del sistema solar, pues fue fundador de la astronomía moderna, y contribuyó a un mayor conocimiento de la bóveda celeste.

Por ello Flavio sentía particular pasión por el estudio de los misterios del firmamento, y ahora desde aquella magnífica posición  lo observaba en las noches claras en toda su magnitud y se quedaba hasta altas horas de la noche mirando las estrellas y los planetas, contando con un pequeño telescopio que hacía tiempo le compraron sus padres al conocer las inquietudes de su hijo, y que había incluido entre las pocas cosas que llevaba en la maleta.

En el transcurso de los primeros meses fue normal la estancia de Flavio en el faro, que fue superando las condiciones de aislamiento y por supuesto de la temida soledad, minimizadas por la inseparable compañía de Luna y de la radio de galena.  Ocupaba también los ratos que le permitía su actividad profesional, escribiendo su diario a modo de biografía de su vida en el faro.  Ello como complemento de sus obligaciones como buen funcionario de anotar todo cuanto acontecía en el faro, un completo resumen en el Libro Registro de Operaciones, incluso de observaciones meteorológicas.

También colaboraba en la edición de revistas y publicaciones impulsadas por algunos torreros con el fin de suplir la falta de contacto y de información por su aislamiento. Una de ellas “Señales Marítimas”, que desde 1932 fue método de comunicación interna de los miembros del Cuerpo de Torreros.

En ocasiones recibía la visita de su amigo Patricio, con el que departía sus inquietudes y las dificultades que tuviera en esos momentos. Y especialmente ocupaban capítulo importante los frecuentes escritos a su novia, pues estaba entusiasmado con los preparativos de la boda que tenían pensado celebrar para el próximo otoño.

La vida de Flavio transcurría con escasas novedades de importancia, salvo la impresión que le causaron  los primeros temporales que tuvo que vivir en el faro, al contemplar con no poca angustia y asombro las encrespadas olas del bravío Cantábrico cuando llegaban a superar la base del faro, produciendo ruido ensordecedor que hasta Luna le asustaba ladrando continuamente.

No obstante la tranquilidad que gozaba en su nuevo oficio, el miedo retornó a su corazón con las noticias que venía escuchando a través de la radio galena sobre la situación del país y de otras partes de Europa.  Como era creyente en ocasiones elevando su mirada al cielo imploraba su protección ante tanta locura que se venía cerniendo sobre la humanidad. Por la soberbia de los que dominan las naciones. El germen de la guerra parecía volver a cabalgar sobre el caballo salvaje del apocalipsis, amenazando actuar como peste aniquiladora.

Otra vez más y a lo largo de la historia parecía que los humanos habían enloquecido, trastornados por reyertas y enfrentamientos, indolentes de  que el dolor causado sea irreparable y que las consecuencias duren para siempre.

Hacía diecisiete años que había terminado la que fue la más devastadora guerra de todos los tiempos y ya empezaban a sentirse vientos de otra venidera de imprevisible resultados.

Pero ahora lo que más le preocupaba eran las noticias de un posible levantamiento militar de las fuerzas establecidas en el norte de África y en las Islas Canarias, circunstancia que le retrasaría sus proyectos de enlace matrimonial con su novia Eloísa, pues no acertaba a comprender todavía el alcance que pudieran tener a nivel general del País.

Desde lo alto de la torre del faro, a voz en grito y mirando a Luna, que parecía comprender el enfado de su amo, Flavio soltó a los cuatro vientos: -¡Malditas las guerras y malditos sean quienes las provocan!-

Casi incomunicado estuvo Flavio durante los tres años de contienda fratricida. El mantenimiento le llegaba tarde y escaso y su soledad se acentuó con el paso de los meses, llegando a escasear el combustible necesario para el mantenimiento de la linterna y hasta en algunas ocasiones se quedó sin poder emitir la luz necesaria para evitar los riesgos de la navegación de los barcos. También pasó penurias personales al carecer de elementos básicos para subsistir en el faro. Superado por la ayuda de las buenas gentes de la población cercana.

La situación también demoró sus ilusiones de boda que dejaron ambos para más adelante, desconociendo el alcance del tiempo que aquella barbarie pudiera durar, y dudando sobre su propio futuro, pues hacía meses que no tenía noticias de su amigo Patricio, y tampoco de su novia, ni de sus padres en Madrid, lo que acentuaba aún más sus inquietudes.

Solo en una ocasión, restablecidas las comunicaciones telefónicas, desde la población más cercana al faro pudo tener la posibilidad de hablar por teléfono con Eloísa. Entre tanta barbarie y agresividad fue como un bálsamo de paz sentir la voz de su novia. Esta había ido a Guadalajara justificando una revisión médica, pero el motivo principal era contactar con Flavio, aunque solo fueran unos minutos, después de varios meses sin tener noticia alguna. Fue una fría mañana del mes de enero del 39, cuando parecía que la confrontación bélica llegaba a su fin, y se atisbaba la esperanza de nuevos tiempos, y la ilusión por un futuro mejor. Sería difícil  restañar las heridas que tanta tragedia  habría ocasionado. Pero el amor de aquellas personas jóvenes les hacía prever la posibilidad de vivir en un mundo mejor, sin odios ni rencores.

Sentían el fuerte deseo de iniciar una nueva vida, aunque fuera en la soledad de un sencillo faro, pues la felicidad se encuentra donde cada humano pone su animosidad de espíritu, y en el caso de Flavio y Eloísa estaban dispuestos a conseguirlo uniendo sus vidas en un afán común.

Deseaban salir de aquellas tinieblas en las que fuerzas malditas les habían sumergido. Eran jóvenes y animosos, una nueva generación  que sentía la necesidad de luchar con ardor por la paz y  transmitir  lo absurdo de las contiendas fratricidas.

Al fin tuvo noticias de Patricio que las nuevas autoridades portuarias le habían ascendido, notificándole que pronto sería trasladado a otro faro de superior categoría, situado al final de un importante cabo, comunicado por un camino con una población cercana, donde trabajaría muchos años.

Allí el nuevo matrimonio podría llevar una vida más relajada. Se casarían en  otoño del 39, tres años después de lo previsto.

En un tiempo no volvieron por su tierra pese a cuanto soñaron por ella, pues no querían sentir la tentación de la venganza por el mucho daño recibido. Pensaron que el perdón sería el mejor bálsamo para su felicidad, pese al triste recuerdo de que los padres de Flavio murieron víctimas de la denuncia de personas malvadas.

Abril 20l4                                                                       Eugenio