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Algo sobre mí

Algo sobre mí

Empleado de banca jubilado, amante de la música y la literatura, la naturaleza y las humanidades. Nacido en Guadalajara y conocedor ferviente de la provincia. Actualmente con residencia en Madrid, después de un largo peregrinar por diversas ciudades en razón a mi profesión; que ahora con ilusión trato de vivir esta nueva aventura, pues siempre he creído que la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida.

16 octubre 2014

CESAR

Al hijo de mi amigo Sarbelio, médico que goza de reconocido prestigio.
  
                             
El joven estudiante deseoso de ampliar los horizontes de su sabiduría  se trasladó a Atenas al final de la época gloriosa de Pericles. Iba cargado de ilusiones y enorme esperanza de conseguir nuevos conocimientos.
 
Enamorado de la historia de Grecia, de su admirable civilización y de sus ilustres personajes, quedó prendado cuando leyó las obras de Homero, poeta del siglo IX antes de la era cristiana especialmente La Ilíada y La Odisea, consideradas obras maestras de la épica griega, en las que se exaltan las virtudes heroicas de grandes personajes, que han tenido inmensa influencia en la cultura universal.
Nuestro joven y aventajado alumno  dedujo  que todo lo que ha evolucionado en la humanidad ha sido de origen griego, que fue fascinante la contribución de sus protagonistas en la civilización occidental y  que la antorcha de la civilización siempre ha sido confiada a los jóvenes que tienen la fuerza de llevarla hacia nuevas metas.
Había sido seleccionado por el Liceo de Atenas para ampliar sus conocimientos y su llegada coincidió con la estancia de Aristóteles, donde finalizó su famosa obra Retórica, alrededor del año 330 antes de la era cristiana, una vez cumplida la misión que le había confiado el rey Filipo de Macedonia sobre la educación de su hijo Alejandro, quien años más tarde se dedicaría a conquistar el mundo en nombre de la civilización griega.
La filosofía alcanzaba su cenit. Era la herencia de Sócrates, en cuya escuela había nacido la sabiduría que alcanzaba todos sus términos y de la que salieron ilustres sabios, Platón uno de ellos.
Aquel juicioso alumno había sido invitado por su destacada formación pedagógica. Lo hacían también con otros alumnos de las ciudades-estado del conglomerado griego, para prepararles por su destacado talento ante una acción de gobierno en el futuro; persuadirles de lo bueno, como el cambio de parecer respecto a lo malo, poniendo sus capacidades al servicio de la verdad en favor de la sociedad, y que la sensatez fuese la virtud  capaz de elegir y poner en obra lo que depende de nosotros.
Aristóteles fue el más distinguido alumno que tuvo Platón en la Academia que éste había creado. Sentía gran fascinación por su maestro con el que estuvo cerca de veinte años bajo su tutela, hasta la muerte del sabio a la edad de  80 años, que estuvo impartiendo sus magistrales clases.
Contaba Aristóteles a sus alumnos con admiración y recuerdo,  que murió de muerte natural, y como se diría ahora, plácidamente. Y la anécdota,   que uno de sus alumnos le invitó a ser padrino de su boda, a pesar de los ochenta años ya cumplidos, y cuenta la historia o leyenda que participó activamente en la fiesta, bromeando con sus alumnos y bebiendo algo más de los normal para su edad. Parece ser que en determinado momento se sintió cansado y con sueño, mientras seguía la comilona. Retirándose a un lugar cómodo para descabezar el sueño, a la mañana siguiente le encontraron sin vida, pasando del sueño momentáneo al sueño eterno sin apreciar el tránsito.
También les comentaba que gozaba de un buen humor y carecía de engreimiento e irradiaba singular simpatía. Y se le atribuía cierta candidez y destacada humanidad.
En aquella época aprendió de aquel gran maestro, que todo lo que hacemos es solo para procurarnos placer, que los únicos que nos dicen la verdad son los sentidos y que la filosofía solo sirve para afinarlos.
También les contaba, que siendo discípulo de Sócrates, subían a la  Acrópolis para para admirar el Partenón y todo el conjunto edificado sobre la histórica colina de Atenas, y admirar las maravillosas estatuas y  capiteles, y desde allí inspeccionar el firmamento y estudiar las estrellas y los planetas.
Nuestro joven y particular estudiante había sido invitado al Liceo ateniense, considerando sus especiales conocimientos de la historia de Grecia, y especialmente de Atenas, patria de la filosofía. De carácter cosmopolita y tolerante, receptivo a todas las ideas, y el Liceo había abierto sus puertas a los emigrantes de otros pueblos y demás islas griegas, acogiéndoles con entusiasmo.
Observaba a algunos improvisados compañeros, que eran astutos y volubles, que cuidaban más de formarse una inteligencia que un carácter, prefiriendo ser brillantes bribones mejor que nobles caballeros. Creían en la lógica como arma de combate para engañar al prójimo, siendo presa fácil de alguna pasión: gloria, poder, amor o dinero. Les gustaba más lo nuevo, porque aman más a los jóvenes que a los viejos, y sus ideas de vida es de una existencia plena de todas las experiencias. En resumen, venían a coincidir con el conocimiento que el improvisado estudiante traía de su mundo.
También conoció que los griegos estaban divididos en ciudades-estado y en eterna pelea entre ellos. Solo se sentían hermanados una vez cada cuatro años, por el vínculo que les creaba el deporte con ocasión de los juegos de Olimpia. Todo ello le era familiar pues su mente le traía lejanos recuerdos. Que las rencillas de grupos en los pueblos del mundo desaparecen, hermanándose en furia desenfrenada, por el éxito del equipo o grupo apoyado con desmedido fanatismo. Agrupándose para festejar los juegos, olvidándose por unos días de sus discrepancias y conflictos, haciendo manifestación de sus más variadas personalidades en pomposo y fastuoso cortejo, por ver cual más vistosamente se presentan ante el público asistente.
Un historiador de la época contaba que Leónidas, el de las Termópilas, quedó abandonado solo con sus trescientos valientes donde lucharon bravamente hasta la muerte, y que un soldado persa, con cierta admiración, gritó a su general: ¿Qué clase de hombres son esos griegos que, en lugar de estar aquí defendiendo a su país están en Olimpia defendiendo tan solo su honor?
Nuestro joven estudiante, alumno de la sabiduría griega, se sorprendió de aquella floración de la filosofía, el teatro y la arquitectura. Asistió a ver obras de los tres grandes de la tragedia: Esquilo, Sófloques y Eurípides, y comedias de Aristófanes. También en su viaje fantástico comprobó que la humanidad está destinada a no aprender nada de la historia, y a repetir siempre en cada generación los mismos errores, idénticas injusticias y bestialidades.
Asimismo se sorprendió al observar las invocaciones a dioses en los templos, implorando misericordia para la sanación de enfermedades y otras gracias divinas. Y de los santuarios a donde acudían muchedumbre de lisiados para obtener milagros de las aguas de fuentes termales, de las hierbas y mediante la oración y la ofrenda, convirtiendo aquellos centros de peregrinación en lugares sagrados.
La representación de los hombres y de los hechos de aquellos lugares, le recordaba los que conocía de donde procedía.
Entonces apareció la medicina, que se apoyaba en bases racionales, cuyo fundador fue Hipócrates, que parece ser era hijo de un curandero. Fue el primero que separó la medicina de la religión o del fanatismo, desmantelando el origen celeste de las enfermedades por el de sus orígenes naturales.
Quedó sorprendido el aventurado alumno cuando le dijeron que la cura de las enfermedades consistía en un equilibrio, basándose más que en las medicinas, en la dieta, y que mejor era prevenir la dolencia que reprimirla.
Aquel distinguido personaje dotó a la profesión de una alta dignidad, elevándola a nivel de sacerdocio, con un juramento que comprometía a sus adeptos a ejercer según ciencia y conciencia. A los ochenta años su salud era el mejor reclamo de su terapia, viviendo sujeto a un horario y dieta rigurosa, comiendo poco, andar mucho, dormir sobre duro, levantarse con los pájaros y con estos acostarse, esa era su norma de vida, que ha servido de regla hasta los tiempos actuales.
Nuestro joven personaje iba anotando en un diario todo lo que venía observando desde que entró en el Liceo de Aristóteles, y cuanto aprendía de aquel gran sabio. De él supo que desde el siglo V antes de la era cristiana, Atenas poseía las condiciones de una gran capital y en ella convergían un cruce de culturas al afluir en la ciudad hombres de diversas civilizaciones. Que tuvo un florecimiento rápido y ágil, y en los siglos siguientes dio a la humanidad lo que otras naciones no habían dado al mundo en milenios de su historia. Fue el más glorioso y floreciente periodo de la vida de Atenas. Que vivir en ella en aquellos momentos era un privilegio que los atenienses no supieron valorar, pues se suele medir la fortuna de los demás y no valorar la propia.
Una mañana de la primavera ateniense, el sabio profesor había anunciado a sus alumnos una excursión hasta la Acrópolis para el estudio de cuanta belleza allí se había construido, y especialmente la obra maestra era el Partenón. Templo erigido en honor a la diosa Atenea cuya construcción  se debió al gran empeño que en ello puso Pericles,  hombre que gozaba de especiales cualidades de estadista, buen administrador, y cuyo tesón y esfuerzo logró que su periodo fuera considerado la edad de oro de Atenas. Aunque al final de sus días los atenienses le pagaron con mucha ingratitud.
Hubieron de suspender la excursión que tenían proyectada debido a una fuerte tormenta que atronando la ciudad  la dejó casi en tinieblas, produciendo infinidad de relámpagos y rayos como si las fuerzas de la naturaleza quisieran hacer desaparecer Atenas.
Una vez más, nuestro particular alumno, anota en su diario, que el sabio profesor manifestó en un momento determinado: “La tormenta posiblemente fuera una premonición del negro futuro de aquella ciudad”. La que empezaba a sentir sus últimos fulgores y se respiraba cierta crispación, fruto del desenfrenado individualismo histórico que llegaba a extremos asfixiantes, y de las guerras continuas por los extremados nacionalismos entre las ciudades-estado que componían el fragmentado pueblo griego.
Corruptelas frecuentes y traiciones políticas, favorecieron el ascenso del poder persa, con los que tuvieron serios problemas, unido a la pérdida de las colonias en la península itálica, de Sicilia y Macedonia, quedando reducidos  cerca de dos siglos más tarde a simples provincias de la Roma Imperial, que heredó la antorcha de la gran civilización griega.
En el momento de un ensordecedor trueno, nuestro joven estudiante oye también que le llaman insistentemente: ¡Cesar, Cesar, despierta Cesar, vamos despierta, que perdemos el vuelo que nos lleva a Atenas!
El abuelo Octavio había prometido a la familia un viaje a Grecia con motivo de haber finalizado brillantemente los estudios de bachillerato de su nieto, y él y los padres del muchacho ya estaban preparados para salir al aeropuerto Adolfo Suarez, que distaba  media hora por carretera desde su domicilio en la Colonia del Dr. Sanz Vázquez, en la ciudad de Guadalajara.
Eugenio
Madrid, Octubre- 2014