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Algo sobre mí

Algo sobre mí

Empleado de banca jubilado, amante de la música y la literatura, la naturaleza y las humanidades. Nacido en Guadalajara y conocedor ferviente de la provincia. Actualmente con residencia en Madrid, después de un largo peregrinar por diversas ciudades en razón a mi profesión; que ahora con ilusión trato de vivir esta nueva aventura, pues siempre he creído que la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida.

22 mayo 2015

LIBERTAD


 

 

Alboreaba un nuevo día en el verano de 1933, con la previsión de un cielo azul y sol radiante, augurando momentos felices para una familia de una destacada villa en la provincia de Guadalajara.

No obstante aquella mañana todos querían olvidar  los momentos convulsos que se vivían, no solo por aquella comarca, sino en toda España, desde que en la primavera del 31 cambió el sistema constitucional, con la proclamación de la segunda república, en sustitución de la monarquía de Alfonso XIII; que produjo mucho júbilo entre la mayoría de los ciudadanos, pero que pasado no mucho tiempo se tornó en desilusión generalizada. En el primer bienio (1931/1933)  se llevaron a cabo diversas reformas que pretendían modernizar el País, y hubo gran cantidad de reivindicaciones de libertades, que a la postre se perdieron por diversas razones, largas de enumerar. 

En el transcurso del citado periodo, en el que aconteció la historia que pretendo narrar lo más fielmente que la memoria me permita recordar, ocurrieron acontecimientos tan graves, que convulsionaron la convivencia de la mayoría de los ciudadanos en general: Intentos de golpes de estado, huelgas generales, insurrecciones, expropiaciones de tierras, reformas socio-laborales que hostigaban a las clases medias provocando crisis económica y paro. Los poderosos vieron en peligro sus propias vidas y sus haciendas; y el común de los mortales, pasaron a vivir situaciones de inseguridad, penuria y mucha inquietud.

El referido bienio fue el preámbulo de la revolución del 34, que en Asturias provocó una auténtica convulsión social, sofocada sangrientamente por el ejército; y sucesivas situaciones posteriores a cual más desafortunadas, que alteraron la convivencia pacífica, siendo los gobernantes incapaces de evitar la trágica contienda bélica que padeció este sufrido País entre 1936 y 1939.

Pero volvamos a nuestra historia, referida a un matrimonio de los de carta cabal, como por la Alcarria se decía, de buenas personas. Fueron prolíficos en su vida matrimonial, pues ocho hijos tuvieron, el último una niña a la que pretendían bautizar el día 16 de Julio, coincidiendo con la festividad de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros y de muchas ciudades y pueblos de España.

La modestia de aquella familia se manifestaba en los momentos más corrientes de la vida. Gozaban de buenos signos de amor por los demás, practicando la ayuda a los más necesitados, sin que ello significase que tuvieran sobrada fortuna. El cabeza de familia gozaba de humilde salario en su calidad de médico rural; ayudada su economía con las rentas del cultivo de algunas tierras heredadas de sus antepasados. Esquivaron siempre en entremeterse en las vidas ajenas salvo cuando requerían de su colaboración o ayuda; y eran admirados por su notable prudencia y paciencia; singularidades de una vida feliz; se distinguían haciendo el bien y por su gran pasión por lo bueno y bello de acciones encomiables, resultado de la pureza de sus almas.

El amor, que es un vocablo que hechiza al espíritu humano, revela lo más profundo de nosotros, así pensaba aquel buen padre y  esposo, que de hecho en cierta ocasión estuvo a punto de perder la vida por un amigo, que es la manifestación más grande de amor que se puede dar: en los primeros momentos de nuestra desgraciada guerra civil, acogió en su casa a un perseguido por las fuerzas republicanas que pretendían liquidarle, con el consiguiente peligro para el matrimonio y su familia, hasta la liberación de la población alcarreña por el bando nacional. Tiempo después, algunos pensaron que fue una temeridad.

Pero estas personas que son tan buenas, como santos dirían algunos, también adolecen a veces de ciertos signos de terquedad a la ahora de manifestar sus particulares ideales.

Se ignora el origen de un pensamiento que aquellos buenos cristianos llevaban tiempo fraguando para el bautizo de su última hija, en particular el esposo que supo ejercer influencia en su compañera. Quizá también cierta influencia debió tener  la situación que se vivía en aquellos tiempos de  carencias, más que por razones ideológicas, que tan exasperadamente fluían en aquella sociedad convulsa, que se sumía precipitadamente hacia un desagradable destino.

Estando todos presentes a la espera de la llegada del cura párroco que presidiría el acto religioso, el clérigo dispuso los términos para atender sus obligaciones. Todos los presentes estaban silenciosos y atentos a la ceremonia que transcurría normalmente. El padre de la criatura sintió penetrar en su alma un sentimiento de veneración y dulce respeto, frente al orgullo que le abatía por manifestar su pensamiento.

Llegado el momento de preguntar por el nombre que tenían intención de poner a aquella angelical criatura, el padre, antes de que su querida esposa pudiera emitir su deseo, con mirada grave, pero con voz firme dijo sin más dilación: Libertad deseo poner por nombre a esta niña.

Hubo mucho asombro entre  los asistentes, solo la madre, que conocía las intenciones de su esposo, que quedó cabizbaja y ruborizada por los murmullos de la familia y demás congregados, pero especialmente la que esperaba del señor cura párroco.

Había que ver la expresión turbada en el rostro de aquel celebrante al escuchar tal nombre. Al poco tiempo se impuso un solemne silencio, roto en unos instantes con una expresión serena llena de cierta animosidad e invitación a la comprensión hacia los padres, les interpeló: ¿No os parece mejor poner a esta niña el nombre de Carmen, por el que se conoce este bonito día de celebración de la patrona de los mares del mundo, tan venerada por los marineros, pues no me negareis que es más lindo y hermoso que el que pretendéis imponerle a esta bonita niña, o por lo menos María, o más precioso todavía, María del Carmen? Lo dijo mirando directamente a los ojos del padre, tratando de convencerle.

Pero nuestro personaje, no estaba decidido a ceder en su idea, e insistía que fuese Libertad el nombre de su hija, argumentando que con su humilde intención pretendía que la niña representase la libertad que en aquellos momentos tanto escaseaba en el país.

No obstante su orgullo, el argumento del párroco le abatía, pero su terquedad se imponía y volvió a insistir en poner aquel singular nombre a su hija, añadiendo que era su voluntad y entendiendo que se debía respetar.

Pensativo estaba el oficiante: ¿Quién es capaz de conocer las finalidades del ser humano? ¿Debo de  aceptar la proposición de este hombre tan terco? Pues no, no puedo ir en contra de mis sagrados principios y los de la Santa Iglesia. Parecía pensar aquel atribulado cura. Pues observando lo que pasaba le producía confusión.

Después de unos instantes fijó su mirada en los padres que esperaban atónitos la reacción del celebrante. Tomando entre sus manos aquella inocente criatura, la extendió hacia sus padres y con voz grave les dijo: Esta niña ha sido bautizada en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y aquí os entrego la que desde estos momentos se llamará Carmen. Y ahora haced lo que queráis con ella “Os la quedáis o la tiráis”

Los padres reaccionaron rápidamente dando un paso al frente para tomar entre sus brazos a la niña que en esos momentos empezaba a llorar desconsoladamente, pues temían que aquella forma tan expeditiva del cura podía hacerla caer al suelo.

Aquel cura párroco ortodoxo en extremo y aguafiestas de aquella ocasión, pero reconocido como buena persona por otros comportamientos, bendiciendo a los presentes, dio por terminada la ceremonia con un “En el nombre de Dios os bendigo a todos, y que la Divina Providencia os inspire buenos propósitos”.

Todos pensaron que insistir en el tema era empresa desesperada, así es que decidieron callar y el silencio se impuso hasta el final de la ceremonia, pensando en las alegrías que la niña les había proporcionado con su nacimiento, y en el buen ágape que tenían preparado para saciar el apetito de los comensales.

La historia de nuestros personajes continuará más adelante, complicándose sus vidas dentro del contexto social en que estaba sumida la sociedad de entonces, con un clima  creciente de reivindicación de libertades,  y  derechos de los trabajadores, tasas de desempleo crecientes, frecuentes enfrentamientos callejeros, huelgas revolucionarias y asesinatos. La agitación política llegaría a extremos de gran dureza, y la Iglesia fue objetivo de persecución y quema de sus monumentos.

Por todo ello, no era extraño el comportamiento irracional de los ciudadanos de todo porte, provocando con cierta frecuencia estar a la greña entre los dos bandos tan diferentes que  habían surgido en aquella sociedad.

Al  tiempo  de contar trozos de nuestra historia patria, hasta donde permite la brevedad; deseo hacer honor a la verdad sobre la vida de nuestros personajes, destacando la reputación de aquel matrimonio de buenas  y  trabajadoras personas, a quienes las circunstancias les exigían mucho esfuerzo para sacar adelante a su extensa familia; suscitando también  mucha admiración por su caridad al curar y beneficiar a los más necesitados.

Pero tres años después, en el verano de 1936, la buena fama que tenía aquel matrimonio entre sus vecinos, no les libró de la envidia de algunos más levantiscos, y fueron acusados de estar en connivencia con los que se habían levantado contra el gobierno de la República, y el furor, la confusión y el desenfreno reinante, aumentó en la medida de  las noticias que se recibían de los comportamientos de las fuerzas nacionales, en aquellos primeros momentos del levantamiento militar.

Era tal la desventurada e insegura situación de las personas en aquellos tiempos, que nadie se libraba de sospechas y acusaciones mutuas que se cursaban entre los vecinos de las poblaciones en general, y la villa alcarreña no se libró de la tragedia que se empezaba a vivir.

Eran frecuentes las agresiones, que en algunos momentos terminaban en muerte, como el caso del cura párroco, que una noche apareció en un descampado con un tiro en la cabeza. Aquel que ofició el bautizo de Carmencita, la niña que originó el singular bautizo comentado anteriormente.

Otros tuvieron más suerte, pues se adelantaros a los acontecimientos poniendo tierra por medio, huyendo para esconderse en lugares que entendían más seguros para salvar sus vidas.

Pocos días después del levantamiento militar, aparecieron varias personas en la casa donde residían nuestros personajes. Al frente iba un representante gubernamental con la orden de detener al cabeza de familia, acusándole de haber facilitado la muerte del alcalde de la villa.

La familia del Regidor del Ayuntamiento, le había denunciado después de haber sido tratado sin éxito de una extraña enfermedad, y también se decía,  por la inquina particular que sentía por aquella autoridad, a causa de un problema antiguo sobre la propiedad de tierras que ambas familias reivindicaban, y que tuvieron que resolver en los Juzgados de la Capital, al final con dictamen en favor de nuestros personajes.

Pronto se corrió el rumor por la villa, que posiblemente el dictamen que haría el tribunal popular que le iba a juzgar, sería el de pena capital.

Aquel buen hombre fue víctima de odios y envidias antiguas que suele acontecer entre personas y en todos los lugares, y que estando adormecida afloran cuando la desgracia acompaña en determinados momentos terribles, y la justicia y el orden se tambalean, como ocurrió en aquellos desgraciados momentos de la contienda civil.

Se ignora si nuestro personaje tenía ideas políticas o sindicales, pero si así fuese, no desmerecía en nada su personalidad, por la bondad y buen corazón que gozaba, practicando el bien en todos los momentos de su vida; y se aseguraba que aquel hombre nunca en aquella pobración alcarreña había dado ocasión de hablar mal de él.

La atribulada esposa de aquel hombre, padre de sus ocho hijos, viendo la tragedia que le venía encima, y pensando en el futuro de su familia, decidió presentarse ante el juez que presidía aquel improvisado tribunal del pueblo que iba a juzgar a su marido, invocando misericordia por la injusticia que pretendían cometer.

Así lo hizo acompañada de dos de sus ocho hijos, y ya en presencia del juez imploró: ¡Oh señor! ¿Qué puedo pretender yo, pobre de mí?  Solo rogar que su señoría trate con misericordia a mi inocente marido, él, que ha hecho tanto bien por las gentes de este pueblo, y que es incapaz de matar un simple pajarillo. ¿Cómo pueden acusarle de matar a nadie, cuando un médico solo trata de salvar vidas, que muchas han sido, y también las que por su mediación han venido a este mundo? Por favor, señoría, dejen marchar libre a mi marido para que siga haciendo el bien a los ciudadanos y también para que podamos sacar adelante a mi familia, pues sabe los hijos que tenemos que alimentar y sin mi  marido, pobrecitos, qué será de ellos ¡Pobre de mí! Y continuó suplicando hasta que sus lágrimas se lo impidieron.

Aquel juez sintió cierta compasión, pensando que las palabras de aquella mujer tenían cierta credibilidad, por lo que manifestó que sería  revisado el expediente, y así lo transmitió tratando de consolar a la apenada señora.

¡Oh señor mío, que Dios premie su misericordia! Le dijo a su señoría, con una mezcla de consuelo y agradecimiento, y lloraba desconsoladamente por la emoción de oír al juez sus palabras de aliento y de cierta ternura, y en especial por sentir la dicha de intentar la liberación de su esposo, por el que había suplicado hasta haber tocado el corazón de aquél juez que tenía en sus manos  la vida del padre de su ocho hijos.

Pocos días después fue absuelto y devuelto a su hogar. Coincidió con las noticias que tenían por la comarca del avance de las tropas nacionales que venían tomando plazas paulatinamente en  favor de su causa.

Quiero recordar, que tiempo después, una vez tomada la plaza por las tropas nacionales, aquel juez fue salvado de la muerte por la intervención en su favor de nuestro personaje, así como por la familia del alcalde, cuyo fallecimiento fue ocasionado por una grave enfermedad que no tenía curación.

P.D.  Aquella niña, años después, siendo una joven madura y de notable belleza, contrajo matrimonio con un apuesto joven madrileño, con buena estrella y brillante porvenir. Que al obtener el certificado de nacimiento, requerido para dicha unión, pudieron comprobar que, junto al nombre de Carmen, aparecía el de Libertad. Ello les produjo cariñosa sorpresa y el recuerdo amoroso de aquel buen padre, que empeñado estuvo en poner a su hija tan singular nombre. Secreto que guardó de su inscripción en el registro después del bautizo.

La pareja de enamorados, casados y felices desde entonces, tuvo varios hijos  y la dicha de encantadores nietos y biznietos, como regalo del Cielo que alegran los días en el crepúsculo de sus vidas.

Madrid, Mayo de 2015                                  Eugenio