Susana y Alfredo, con 21
años ella y 23 años él, ambos oriundos de la bonita ciudad de Ronda, se habían
conocido hacía poco tiempo y estaban muy enamorados. Ella era una linda
muchacha de cabellos de oro y las mejillas como rosas, con dos bellos ojos de mirada profunda, y gozaba de buenos
sentimientos. Mujer amable y prudente, de la que se enamoró Alfredo
apasionadamente, siendo correspondido por ella en la misma medida. Alfredo
gozaba de ser hombre de aspecto atlético, ancho de hombros y fuertes brazos,
que demostraba gran agilidad de movimientos, conseguida su fortaleza en razón a
los rudos trabajos que hasta el momento había desarrollado.
A los pocos meses de
haberse conocido decidieron contraer matrimonio, pero las circunstancias laborales
no les eran propicias para emprender tan importante empresa.
Un paisano y amigo de
Alfredo, que había emigrado a la provincia de Guadalajara, estando de
vacaciones por Ronda, y conociendo la situación en la que se encontraba su
paisano, le informó que tenía posibilidades de
encontrar trabajo en las obras de construcción de la presa del pantano
de Entrepeñas, situado a pocos kilómetros de la villa de Sacedón, que se venían
realizando desde principios de la década de 1.950.
Al poco tiempo allí
estaban los dos amigos trabajando, en duras condiciones, pero económicamente
muy favorables, lo que sería positivo para Alfredo para conseguir sus ilusiones
de desposar a su novia.
Al segundo año de estancia
por tierras alcarreñas, aprovechando unas vacaciones, Alfredo sugirió a su novia que podían casarse
con los ahorros obtenidos y así poder vivir juntos en una casa que pensaba
alquilar en Sacedón, donde vivirían hasta que terminaran las obras de la
referida presa. La inauguración, prevista para el verano de 1958, la realizaría
el Jefe del Estado Francisco Franco. Después pensaban comprarse una casita en
la ciudad de ambos con los ahorros que habían calculado.
Susana quedó emocionada
por tan esperada noticia, que pronto comunicó a su familia. El manifestaba que
no podía estar tanto tiempo sin verla y le confesaba con sinceridad su amor
incondicional por ella; al oírle a ella le brillaron sus bonitos ojos y le
abrazó y besó con pasión olvidándose de todo recelo y prejuicio. Se prometieron amor eterno.
Fue dura la espera hasta
que llegara aquel momento en el que tenían puestas sus ilusiones y mucha
esperanza. Alfredo ya había decidido buscar la vivienda que había comentado y
comunicó a su novia que se casarían en las vacaciones del próximo verano.
Fueron días de mucho gozo pensando en el feliz porvenir que tanto ilusionaban.
Al regreso Alfredo lo
celebró con sus compañeros de trabajo en alegría compartida, exteriorizando la
emoción que sentían por el enamorado compañero; entre bromas y chanzas burlescas sobre el
nuevo estado que el compañero iba a vivir, disfrutaron además de un ágape
regado de bebidas de todo tipo por el feliz acontecimiento. Reinaba buen humor
y con ánimos algo encendidos por el alcohol ingerido, se dieron en hacer
apuestas por ver cuál de ellos era el más rápido en cruzar la presa sobre ambos
muros, a derecha e izquierda de la calzada por la que en su momento pasaría el
tráfico rodado y las personas.
Alfredo lo hizo por un
lado y su amigo y paisano por el otro, que después lo harían los demás de la
cuadrilla que formaban. En ello iban sin reparar el peligro que asumían. Al
aproximarse al centro de la presa donde se retranqueaba el muro para formar un
mirador, Alfredo tropezando en un saliente de la obra todavía no terminada,
perdió el equilibro cayendo al agua desde una altura cercana a los veinte metros.
La desgracia se acrecentó al no saber nadar. Ante la atónita mirada de sus
compañeros nada pudieron hacer para salvarle. Tardaron varias horas en
recuperar el cuerpo del desgraciado joven, cuando llegaron los servicios de
socorro y en una barca le sacaron ahogado.
Los compañeros estaban
aterrorizados y no acertaban a comprender, de qué forma tan estúpida habían
perdido a un compañero que, minutos antes, estaba tan ilusionado por ver realizados
sus sueños.
Comunicaron la desgracia a
su familia y a su novia, pero a ésta no la encontraron. Sólo vieron una nota
que había dejado en la mesa de su dormitorio: “No puedo soportar su muerte,
deseo que me enterréis en la misma sepultura junto a Alfredo”.
Al poco tiempo corrió la
noticia por la ciudad que una joven se había tirado al vacío desde el famoso
puente que corona Ronda.
Doble tragedia que puso en
luto a la bonita ciudad. Las dos familias decidieron cumplir con los deseos de
aquella joven enamorada, unirlos en una misma sepultura, juntos toda la
eternidad.
No hay barricadas que
detengan la fuerza del amor…
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Sucedió en una villa
alcarreña, donde un matrimonio poco avenido y mucho en discrepancias, teniendo
libre una parcela de tierra después de
la sementera para el cereal de su sustento, y de los animales que utilizaban
para la labranza, y también para los que servían de alimento, decidieron cada
uno sembrar por su cuenta: El hombre sin decirle nada a la mujer, plantó
escarolas y lechugas. La mujer, sin decir nada a su marido, plantó garbanzos y
judías.
Cuando ambas semillas
empezaron a brotar, la mujer arrancó los brotes de lo que había sembrado el
marido, pensando que eran malas hierbas. Asimismo hizo el marido con lo que
había sembrado su esposa, llevado por el mismo error.
Así no creció nada de
cuanto habían sembrado.
El escaso diálogo, que en
ocasiones acompaña también el desmedido amor propio o desamor, vanidad y
soberbia, como ocurre en muchas de las aventuras humanas, se olvida la sencilla
y humilde comprensión que debe prevalecer en las personas con buenos
sentimientos, amantes de la paz, de la concordia y del mutuo entendimiento.
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Cuentan de Santa Teresa de
Calcuta, ejemplo de virtudes, que estando invitada a la apertura de un congreso
eucarístico internacional en la ciudad de Bombay, presidida por el Papa Pablo
VI; por el camino hacia aquél acto, se encontró a dos moribundos, que parecía
un matrimonio, que estaba junto al abrigo de un árbol. Representaban el mal
fruto de la miseria en la que vive gran parte de nuestro mundo, y especialmente
las gentes de aquél lejano país en el que se encuentran grandes contrastes en
la vida de sus ciudadanos.
Aquella Santa mujer que
vivió hasta su muerte en favor de los más necesitados, se detuvo para
atenderles cuanto pudiera en lo que aquellas pobres personas necesitasen. Poco
pudo hacer por aquél el hombre que en sus brazos murió. La mujer que sobrevivía
casi sin aliento, que solo era un manojo de huesos, a duras penas la cargó
sobre sus hombros, con la ayuda de una compañera, la llevaron a un centro de su
congregación donde la atendieron salvando su vida, una más de cuantas hubo en
su larga historia.
Después siguió su camino,
pero ya entonces la ceremonia había concluido. Se justificó ante su Santidad,
que no había podido asistir por atender cosas importantes, salvando una vida
humana, pero que estaba triste por no haber podido salvar a otra vida que
también lo merecía.
Recibió la bendición de
Pablo VI y siguió su camino haciendo siempre el bien. Muchas como ella harían
falta para que este mundo marchara mejor.
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El sainete va a empezar.
Se apagan las luces. Se eleva el telón lentamente.
Por un lateral del
escenario aparece Puigdemónt. Detrás le siguen sus fieles aliados en su plan de
sedición. Todos vienen de negro entonando la canción Els Segadors. Después se
hace un silencio sepulcral. Vienen de enterrar su particular república
bananera, y el Puigdemónt empieza a parlar, otros dicen delirar: ¿Qué habremos
hecho Señor para merecer este final, cuando solo pretendimos la arcadia feliz
para nuestro pueblo? Y ahora estamos huidos, la Justicia nos persigue y a punto
de estar presos, la mazmorra nos espera. La tristeza nos embarga, que así harán
con nuestros bienes, que tanto esfuerzo costaron a cuenta del tres por ciento,
que a buen recaudo por Andorra se enviaron con mucho tiento. Por Bélgica no
quieren ni vernos, y Europa nos da la espalda por más que intentamos quererlos.
Nosotros que alcanzamos la
conciencia de la verdad universal, ahora nos hacen adjurar de nuestro sabio
ideal. Y yo como gran líder que soy, conducir quiero a mi pueblo hacia
horizontes de ensueño, liberándole de las cadenas del Estado que nos roba y nos
subyuga.
En el otro lateral del
escenario, aparece entre barrotes un hombre gordito que parece ser bizco, que
en su afán nacionalista ha seguido a su jefe hasta el final, y en una cárcel se
encuentra redimiendo lo que muchos empezaron y unos pocos terminaron la locura
de su empresa, que por bien pensado tenían y malamente terminaron.
Traidor y cobarde le llama
con voz altisonante al que fuera su presidente, y añade: “Aquí postrado estoy
mientras tú de libertad disfrutas, tus afines con lisonjas y aplausos te tienen
y hasta admirado por algunos infelices te sostienen. Tus numerosas simplezas me
hacen sospechar que la cárcel eludes, aunque por iluso te tienen y cuentan que
el sentido común perdido lo tienes”
Un espectador comenta con
su vecino de butaca: Y aquel compañero de mirada extraña, que entre barrotes
se explaya con diatribas vanas, veremos qué pronto sale con una ligera fianza,
pues todos al final adjuran, reniegan de sus malsanas intenciones sobre la
fantasmal república, aunque falsamente sea.
Por el centro del
escenario aparece un mago que representa al Gran Solucionador, que pausadamente
se dirige a Puigdemónt: “Deja de dar paseos por las calles y platós de la
Bélgica luterana, que en tiempos pasados dominaron nuestros tercios, y
entrégate a la Justicia de España, y verás que bien te trata; pues aquél tu
compañero que entre barrotes platica, pronto estará en libertad por una ligera fianza, pues todos los
implicados en tan fantasmagórica misión estarán pronto en casa, a pesar de haber
convertido aquella bonita región en El Patio de Monipodio. Y tu infeliz
preboste que juegas con tu destino y el de muchos de tus paisanos, a qué
esperas si todo lo tienes perdido, que lo que ha empezado en sainete, ha
terminado en ridículo, burlesco y extravagante.
Entre largos aplausos,
baja el telón, que el primer acto ha terminado, pero la función sigue, que el
decorado y los actores se renuevan.
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Aquella mañana primaveral
Octavio había convencido a su nieto Cesar, para dar un paseo por los jardines
de la Concordia y los de San Roque, lugares muy frecuentados por la población
alcarreña, disfrutando del frescor que por ellos se sentía, y contemplando los
densos arbolados y armoniosos jardines de singular belleza, que irradiaban
serenidad y gozo su contemplación.
Llegaron hasta el final
del parque que lleva su nombre en razón a la ermita construida hace muchos años
en honor a San Roque. A este Santo se le conoce en la tradición cristiana,
junto a San Cristóbal y San Rafael, como patronos de quienes realizan peregrinaje.
Nació en Montpellier, Francia, entre los siglos XIII y XIV.
Parece ser que pertenecía
a familia adinerada, quedando huérfano en su juventud. Influido por la cita del
evangelista Mateo, vendió su herencia para dársela a los pobres, con el deseo
de seguir una vida de pobreza, enseñar la fe cristiana y servir a los enfermos.
Fue peregrino desplazándose a Roma, recorriendo otras ciudades de Italia,
atendiendo a los más necesitados, especialmente a los afectados en su época por
la peste.
Parece ser que en Venecia,
en ocasión de la pandemia por la citada enfermedad, fundó una cofradía dedicada al hospedaje y
curación de enfermos, Por esta razón se le considera el santo protector de la
peste y de otra clase de epidemias.
Es muy venerado en el
citado barrio que lleva su nombre en la ciudad de Guadalajara, y se cuenta que
realizó hechos extraordinarios entre los enfermos que acudían implorando su
curación. Fue canonizado por la Iglesia Católica en 1584, celebrando su
festividad el l6 de Agosto.
Cesar, te cuento lo
referido a San Roque, cuya ermita observas está situada a extramuros de la
ciudad, al final del citado barrio y de los jardines que también toman su
nombre, por tratarse de uno de los grandes santos populares que ha suscitado
mucha devoción en todo el mundo, por los favores que se le atribuyen a lo largo
de los siglos; y así parece que ocurrió en épocas lejanas por hechos acaecidos
en Guadalajara en tiempos que azotó la peste, razón por la que se le erigió la
ermita que ahora contemplas.
Y ahora Cesar, te contaré
un hecho extraordinario que ocurrió en esta ermita, me disculparás si ya te lo
he narrado en alguna otra ocasión, que a estas alturas de la vida uno se vuelve
algo desmemoriado y por ende repetitivo. Como me lo contaron te lo cuento. Corría
el mes de abril de 1965 y les ocurrió a una buena mujer que habitaba en este
barrio, por cuyo santo sentía especial devoción, y a su hijo, que le
acompañaba. Ambos llevaban en un cochecito para bebés, a una niña, nieta e hija
respectivamente de ambos personajes.
Al llegar a la ermita, el
padre quedó algo desplazado contemplando la belleza del panteón icono de la
ciudad, que, cercano de aquél lugar, se eleva majestuoso con su magnífica cúpula de cerámica vidriada. Goza
en su cripta de impresionante grupo escultórico representando el cortejo
fúnebre de la Condesa de la Vega del Pozo y Duquesa de Sevillano, impulsora de
aquel monumento, considerado uno de los mejores conjuntos arquitectónicos del siglo XIX. La ilustre señora se distinguió también por su atención a los más necesitados de la ciudad de Guadalajara.
Mientras la abuela estaba
orando ante San Roque, sintió un fuerte golpe sobre el cochecito donde dormía
la niña, que había quedado debajo de un tejaroz, previo a la entrada de la ermita.
La abuela desesperada observó como una recia viga de madera que estaba
reforzando una columna que sustentaba el tejaroz del atrio, se había
desprendido cayendo sobre el cochecito en el que dormía la niña. La abuela con
las manos sobre su cabeza, y el padre acudió rápido con el horror que produce
un funesto presagio, pues pensaron que a la niña le había pasado lo peor. La
tomaron en sus brazos y rompió a llorar desconsoladamente, más por el susto que
por herida alguna que se le apreciase. No obstante la llevaron al hospital que
estaba cercano al barrio, donde les confirmaron que la niña se encontraba
perfectamente.
La evidencia para los
atribulados familiares y entre los vecinos del barrio y extendido por la
ciudad, era que San Roque había salvado la vida de la niña. Otros pensaron que
fue fruto de la casualidad.
Cesar, yo lo dejo a
criterio de unos y de otros, como así suele ocurrir en hechos extraordinarios. Es cuestión de fe. Pero
aquella familia creo que quedó marcada para siempre, al considerar que la
salvación fue fruto de la Divina Providencia llevada de la mano de este
venerado Santo.
Lo que fue muy acertado es
que la Hermandad de la ermita consideró que había que dejar terminados los
trabajos de restauración que tenían abandonados. Como suele ocurrir en toda
aventura humana, que se recurre a subsanar problemas cuando ha ocurrido una
desgracia.
Creo abuelo habértelo oído
en alguna otra ocasión, pero no deja de ser una historia curiosa, que se presta
a diversas interpretaciones. Lo que resulta evidente, milagro o casualidad, es
que aquella familia lo debió de pasar muy mal, y ellos optaron por considerar
lo primero, sus creencias les llevó a ello al considerar que el hecho pudo
terminar en tragedia.
Era cercana la hora del
almuerzo cuando decidieron tomar un
aperitivo en un bar cercano, para retornar después a casa, que el ama de su
hogar les había llamado por el móvil, para comunicarles que la paella estaba
esperándoles en un rato.
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Marzo de 2018
Eugenio
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